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El 15 de noviembre de 2005, mientras aprendía declinaciones en clase de latín en el Instituto de Tamarite, sufrió un ataque de ansiedad que la marcaría de por vida, pues creó a los fantasmas que la han acompañado siempre. Gracias a ellos existe Carne y verbo, un poemario en el que el miedo y el amor se funden en un recorrido entre la luz y la oscuridad para mostrar con naturalidad la ciclicidad de la vida.
Poeta por necesidad y profesora por vocación, en Carne y verbo la autora trata de encontrarse y descubrirse, de reconocerse entre su proyección ideal, sus sueños, sus deseos y los embates de la realidad. Escribir es para ella una herramienta para canalizar las experiencias por las que transita su alma en sus diferentes estados de conciencia y de alienación, y para mostrar que se puede convivir con los fantasmas, con el vacío y con el amor, que todo ello forma parte de la vida, y que es necesario integrarlo y aceptarlo para poder vivir en armonía con uno mismo, primero, y con el mundo, después.